siguiendo
su paso
lento y
cansado
y me
tranquilizé.
Platicamos
bajo la sombra
de
quillayes y palmas.
Escuché
sus historias
de
tiempos antiguos
con sus
aventuras
siempre
instructivas.
“Con
“Diez Osos” siempre
es para
más de un rato”.
Escuché
lo que él,
me
senté en su lugar,
y el
fresco viento llegaba
a
refrescar nuestros rostros.
Me
contó de sus años,
de su
vida esforzada.
Su
calma me hizo alejar
mi vida
agitada
y mis
absurdos dilemas.
Mi
padre es muy fuerte,
la vida
lo observa,
los
años dejaron estrías
en
todos sus planes
y ahora
su tiempo aguerrido
quedó
encerrado
en
recuerdos por miles.
Lo
escucho y aprendo,
camino
su paso
y trato
de estar a su lado
si es
que tambalea
para
sostenerlo,
como él
lo hizo conmigo.
“Diez
Osos” no cae,
pero sus
fuerzas se alejan
y los
años le pesan.
Mi
sueño es llevarlo a su casa
entre las
montañas
para
que vea otra vez
el
lugar de su vida,
de su juventud,
el
hogar de sus padres,
lo que
queda del campo.
Quiero
estar a su lado
antes
que duerma.
Camino
junto a mi padre
y sigo aprendiendo de él.